jueves, 3 de julio de 2008

Primer contacto con culturas nudistas

En el inicio de la expansión ultramarina del capitalismo mercantil, siglo XVI, los contactos con nuevos pueblos fueron vistos a los ojos de los cronistas occidentales con todos los filtros de sus propios procesos ideológicos de dominación social, y por ello resaltaban por contraste el uso del cuerpo más libre y desprejuiciado respecto a las vestimentas, la sexualidad y la desnudez pervertidas en aquella Europa.
En estas culturas no existía la carga que la socialización europea impartía a todas sus clases sociales a favor de la disciplina y de un pudor representativo del nivel social, e incluso de condenación histórica, con los cuales se educaba a los niños. La consigna general era inhibir los impulsos del cuerpo inclusive desde el momento del nacimiento.
Las descripciones etnográficas de estos otros sujetos humanos, llamados salvajes o primitivos, contenía no sólo los atuendos sino consideraciones ético filosóficas contrapuestas, como la inocencia y pureza de un nuevo mundo incorrupto, hasta la presencia de caracteres de animalidad, cuando no demoníacos, vistos en la permanencia de la piel al sol y los cultos naturalistas.
Si bien en todas las culturas ritualizamos el uso de vestimentas, que van del traje y corbata, al taparrabos, la vikini o las pinturas sobre el cuerpo, los ritos europeos diferían grandiosamente, en cuanto a significación y cantidad de materia puesta sobre el cuerpo, en comparación con “lo poco necesario y ornamental” que se utilizaba en las culturas americanas, oceánicas y africanas con que se toparon en la conquista.
La desnudez en los siglos de conquista y expansión mercantil desde el XVII y XVIII, siglos de grandes esfuerzos de ordenamiento institucional y control de las poblaciones, tuvo dos vías.
La desnudez parcial se asoció como digna de seres humanos de inferior capacidad, próximos a la animalidad, justificables de ser explotados por el modo de producción esclavista o pertenecientes a los estrados sociales más bajos enrolados en los trabajos manuales más rudos. Y la desnudez total que era intolerada en tal ordenamiento ideológico social.
La piel desnuda se asociaba con la tentación y el pecado. Y ante tanta prédica y prohibición, las insinuaciones y fantasías originaban más impulsos y somatizaciones sintomáticas. Hipocondrías, fobias, parálisis, histerias, frigidez e impotencia, así como desórdenes y compulsiones.
La vivencia histórica intraeuropa exacerbó sus prejuicios cuando sus portadores tomaron contacto con pueblos de un uso corporal mucho menos represivo, y desencadenaron, justificando su disciplinamiento, evangelización y explotación de recursos, la epopeya esclavista y los etnocidios más atroces y masivos que la humanidad haya conocido, en las colonias y en las repúblicas herederas después.
En los hallazgos arqueológicos se observan gran cantidad de traumatismos óseos, muchos que llevaron a la muerte, y deformaciones en los esqueletos debidas a la malnutrición, el estrés y condiciones laborales extenuantes, sobre todo en los sitios coloniales. Además se documenta un descenso vertiginoso de las poblaciones nativas por enfermedades, matanzas e imposibilidad de reproducción, en algunos casos como en islas de baleares, centroamérica y tasmania hasta su exterminio, y reemplazo por poblaciones esclavas de africanos traídos forzadamente.
Este modo de represión global sucedió desde el siglo XVI hasta el XX, la era del materialismo, donde el trato hacia el cuerpo se degradó inconmensurablemente. Los exterminios masivos de 1940 a 1945 no distan mucho de esa era, recuérdense las condiciones de vida en los campos de exterminio y las bombas nucleares.

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